En la Europa de finales del siglo XIX surgió un nuevo movimiento artístico que, en pocos años, se convirtió en todo un símbolo de distinción entre las clases medias y altas de la sociedad.
Tuvo una difusión amplia, influyendo principalmente en el ámbito de la arquitectura y la decoración, así como en otros muchos aspectos de la vida cotidiana, la literatura o las artes plásticas, entre otros, conviviendo en sus orígenes con diversos estilos o modas existentes, como hizo con el eclecticismo.
Durante las últimas décadas del siglo XIX, Cataluña se convirtió en el principal foco de difusión del modernismo en el marco geográfico de la península ibérica, incidiendo rápidamente sobre la cornisa cantábrica y, en especial, sobre el levante peninsular. Surgieron numerosos arquitectos y artistas relevantes, aunque sin duda, el representante más conocido mundialmente de este movimiento, fue el catalán Antonio Gaudí.
Se trata de una corriente que rompe con los esquemas y conceptos clásicos del arte, buscando la renovación artística con elementos que eran, por aquel entonces, modernos y actuales, con rejerías, azulejos esmaltados o incluso con el cemento. Se caracteriza por la inclusión de líneas curvas y asimétricas, así como por la presencia de motivos iconográficos relacionados con la naturaleza, figuras humanas (sobre todo femeninas), y elementos exóticos (del mundo oriental, egipcio), con el intento de trasmitir y jugar así con los sentidos, los placeres y la sensualidad del espectador.
Tendencia que fue decayendo conforme surgían otros tantos movimientos estéticos, como sucedió con la aparición del Art déco durante los años 20 del pasado siglo XX.
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